Vuelta al campamento del cuartel general del Alto Huallaga *
A mi regreso al campamento conocí que se me destinaría a un nuevo puesto de trabajo, fuera del frente Huallaga.
Durante los doce días que permanecí en el cuartel de Tarapoto, nuevamente tuve contacto con ciertas personas que reafirmaron, una vez más, mi convencimiento que el narcotráfico contaba con apoyo al más alto nivel
Cierto día salí a la ciudad, y encontrándome en un bar de la periferia, se me acercó un individuo en estado etílico, que al verme uniformado me comentó que él tenía amigos militares, y que mantenía buenas relaciones con mis compañeros. Luego dijo ser amigo cercano de gente poderosa que tenía mucho dinero, negocios, y que traficaba droga.
Que él podría servirme de nexo para contratar a los helicópteros del Ejército, para transportar droga. Que su jefe tenía buenos amigos y que era intocable.
Al volver al campamento informé al general Bellido de esta conversación. Ahí pude recordar que en mi puesto como jefe y como auxiliar de operaciones, había habido muchas ocasiones en que, por orden del general, había firmado las órdenes de vuelo de las aeronaves, y que esto podría implicarme en los delitos cometidos.
Procedí a rehacer todas las órdenes de vuelo de las aeronaves que había firmado, y poniendo el sello del general, me acerqué a su oficina para que las firmara. Luego de un desagradable cambio de palabras, lo aceptó de mal grado.
Días después recibí una llamada de la guardia del campamento, comunicándome que me buscaba un tal señor Arias que venía de la ciudad de Juanjuí. Al acercarme a conversar con él, pregunté quién era.
Me dijo ser Oscar Arias, empresario comercial de la ciudad de Juanjuí, donde poseía varias tiendas, que era conocido como “el mago” y que era amigo del general Bellido y del comandante “Rodrigo”. Venía a hablarme sobre la denuncia judicial contra Luis López Aguilar, detenido en la intervención en Campanilla, y que en los próximos días sería llevado a juicio en un proceso que se realizaría en el juzgado de Juanjuí, acusado del delito de narcotráfico.
Me comentó que la operación sobre Campanilla había causado muchos problemas. Que la gente estaba preocupada y molesta.
Me solicitó que acudiera al juicio como testigo principal, y que debería negar que López Aguilar era la persona que me había intentado sobornar, y que me había equivocado de persona. Agregó, que, si aceptaba dar esa versión, a cambio me daría veinte mil dólares, diez mil ahora y los otros diez mil después del juicio. También me afirmó que el juez y el fiscal del caso ya estaban pagados y arreglados, y que sólo faltaba que yo aceptara.
Ante mi negativa y mi reacción airada me amenazó, diciéndome que tenía muy buenos amigos en el Ejército, que el general Bellido lo conocía, y que él, en sus tiendas y negocios invertía los dólares de muchos de ellos y de más gente poderosa, y que ya veríamos quien ganaba.
Ante estas amenazas procedí a detenerlo, y lo retuve en mi habitación, donde lo esposé a mi cama. Luego me dirigí a la oficina del general Bellido a quien informé de lo ocurrido.
Me respondió que era mi problema, que era una decisión que dependía de mí y de mi conciencia, y que no me olvidara que tenía familia. Le respondí que mi familia comía de mi trabajo, y que le presentaría un informe escrito. Me ordenó que soltara al detenido y que no tenía autoridad para hacer permanecer a un civil en un cuartel.
Inicialmente me negué a cumplir su orden, y le manifesté que remitiría a ese individuo a la policía y lo denunciaría por intentar sobornarme. Ante mi actitud, el general Bellido envío a un oficial a liberar a este individuo y que se retirara del cuartel.
Al día siguiente intenté conversar nuevamente con el general, quien me recibió, me escuchó, y luego me ordenó que me retirara. Luego me dirigí a la sección de personal e indagando, pude encontrar una citación judicial donde se me convocaba al juzgado para el juicio, pero extrañamente a pesar del tiempo transcurrido no se me había notificado.
Al día siguiente se me acercó el comandante “Rodrigo” quien me comentó sobre el tal Arias, sugiriéndome que aceptara su oferta. Callé y me retiré pues sabía que este oficial era de total confianza del general Bellido y que mis comentarios se los haría saber de inmediato.
Al día siguiente, casi a media mañana, se me ordenó por intermedio del comandante de logística, que preparara mis cosas, porque me iba cambiado a Lima por “necesidad del servicio”.