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 INTENTOS DE SOBORNO

ALTO HUALLAGA 1992

El soborno es la más común de las modalidades que emplea el narcotráfico para realizar sus actividades ilícitas, que consiste en recurrir a la “compra” de cargos y conciencias de las autoridades encargadas de reprimirlas. En ello es notorio el acercamiento que realizaban mediante el ofrecimiento de grandes cantidades de dinero a cambio de colaboración y la consecuente impunidad; todo esto para lograr sus objetivos finales, que eran la seguridad al transporte, y al acopio de la droga, y también la posterior seguridad a los movimientos de sus aeronaves.

Pero para que esto llegue a buen término es necesario que cuenten con buena información. Como, por ejemplo, cómo contactar con los encargados de combatirlos, y dentro de estos, visan poder llegar a las máximas autoridades que desde su cargo puedan dictar órdenes que favorezcan sus actividades, o que puedan mantenerlos informados de las operaciones antidrogas para así ponerse a buen recaudo.

Cuando el narcotráfico internacional decide “trabajar” con el gobierno y/o el Estado peruano, capta inicialmente a los principales responsables de combatirlos. Es decir, a aquellos personajes que por su poder político, militar, policial y judicial pueden facilitar todas sus actividades.

Luego de obtenidos estos contactos y los respectivos apoyos, y de establecer una red poderosa al servicio de sus intereses, ya podían con mayor facilidad “comprar” a los mandos medios, para así cerrar el círculo que los favorecía.

De allí sus relaciones fluidas con un personaje como Vladimiro Montesinos, que por sus antecedentes laborales como abogado de grandes narcotraficantes internacionales, como Porras Ardila, o por su amistad con capos como Pablo Escobar, lo hacían el personaje más importante de toda la organización. Conocedores también de la influencia de Montesinos en el gobierno, por su cercanía al ex presidente Fujimori, y de su poder de decisión para nombrar los altos mandos en sectores tan importantes y neurálgicos como el Ministerio de Defensa y Fuerzas Armadas, Ministerio del Interior y Fuerzas Policiales, Ministerio de Justicia y Poder Judicial, entre los principales. Logrado esto, todo lo demás les fue más simple.

Por eso la presencia del narcotráfico internacional en el país, y la infiltración en sus instituciones fue de menos a más, hasta llegar a copar el poder de decisión político y operacional para combatirlos, así como llegar a atropellar las más elementales leyes para actuar en impunidad.

Por esto durante la experiencia que me tocó vivir y que les relato, fui en varias ocasiones tentado para sucumbir a sus deseos de apoyo a sus actividades ilícitas. Y relato varias de sus modalidades. Desde el envío de mujeres con “ofertas”, hasta el ofrecimiento directo de dinero por sus cabezas visibles, que sintiéndose apoyados al más alto nivel, no dudaban en realizarlos.

En estos intentos de soborno conocían de mi actitud de rechazo a sus actividades, pero hacían gala de soberbia y de conocimiento, así como de su aparente amistad con altos jefes de las fuerzas del orden.

Parecía que ellos no hacían nada malo, sólo era un negocio, y que por el contrario colaboraban con los jefes de las bases y ayudaban al Ejército. Inclusive mencionaban con detalle las tarifas a pagar: 20 000 dólares mensuales por protección, y por el transporte de cada 800 kilos de droga en un helicóptero militar pagarían 75 000 dólares. De éstos 25 000 dólares serían para la tripulación y 50 000 dólares para mí y los jefes. De éstos 50 000 dólares yo debería ver a quien más de mi entorno debería darle algo de este dinero.

Pero querían las cosas seguras. Cuando me mencionaron el uso del helicóptero me pareció algo sumamente grave e increíble, porque había sido testigo varias veces de la imposibilidad de emplearlo en operaciones de apoyo de combate, debido a las limitaciones y restricciones de combustible. Por eso lo del helicóptero era poco creíble. Y más parecía ideas de ellos. Aunque para mi asombro sí era cierto que llegaron a realizar transportes de droga en helicópteros.

Conocían que desde mi puesto de trabajo, podía disponer y programar estos vuelos. Es decir, era útil para ellos y por eso estaban dispuestos a pagar. Cuando rechazaba sus propuestas su actitud era casi de enojo, llegando inclusive a la amenaza.

En todos estos casos cumplí con informar al comandante general del frente, quien no prestaba mayor atención a los hechos. Por eso los hermanos de “Vaticano” administraban con seguridad la pista clandestina de Campanilla.

Entre ellos destacaban, Humberto, también conocido como “Calavera”, supuesto implicado  en el asesinato del periodista norteamericano Todd Smith en la zona cocalera de Uchiza y Elías, quienes  organizaban el transporte  de  la droga  desde el valle del Huallaga generalmente hacia Colombia, y en ciertos  casos, hacia Brasil. De estos hechos también comuniqué al Comandante General del Ejército, mediante un informe escrito.

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 “Operación sorpresa” *­­               

…Siguiendo por la calle más ancha se me acercó un individuo, que se identificó como un elemento importante del lugar y que manifestaba que podría llegar a un arreglo conmigo, a cambio de detener toda la operación. Ante mi negativa y al ordenar su detención, me manifestó que podría darme cinco mil dólares, si al menos diera protección a su vivienda, indicándome cuál era.

Le dije que era un militar sin precio, a lo que insistió diciendo que me daría diez mil dólares, y que además debería saber que ellos arreglaban con mis jefes. Que él tenía contacto con mis jefes, y que trabajaban con ellos desde hace mucho tiempo.

Además, me comentó que el dinero que me ofrecía, me lo entregaría inmediatamente, y con sólo detenerme en la puerta de su vivienda; nadie ingresaría en ella.

Toda esta conversación se realizó en presencia del fiscal especial antidrogas del alto Huallaga, que me acompañaba en todo momento. Luego procedí a su detención  entregándolo a un oficial de la policía, con la orden de que en la base de Santa Lucía me lo entregaran para su interrogatorio.

Ingresé a su vivienda donde encontré la mayor cantidad de sacos con droga, casi 60 sacos, así como una camioneta que también se encontraba cargada con seis sacos. Dijo que pertenecía al alcalde de Campanilla…

 

Vuelta al campamento del cuartel general del Alto Huallaga *

A mi regreso al campamento conocí que se me destinaría a un nuevo puesto de trabajo, fuera del frente Huallaga.

Durante los doce días que permanecí en el cuartel de Tarapoto, nuevamente tuve contacto con ciertas personas que reafirmaron, una vez más, mi convencimiento que el narcotráfico contaba con apoyo al más alto nivel

Cierto día salí a la ciudad, y encontrándome en un bar de la periferia, se me acercó un individuo en estado etílico, que al verme uniformado me comentó que él tenía amigos militares, y que mantenía buenas relaciones con mis compañeros. Luego dijo ser amigo cercano de gente poderosa que tenía mucho dinero, negocios, y que traficaba droga.

Que él podría servirme de nexo para contratar a los helicópteros del Ejército, para transportar droga. Que su jefe tenía buenos amigos y que era intocable.

Al volver al campamento informé al general Bellido de esta conversación. Ahí pude recordar que en mi puesto como jefe y como auxiliar de operaciones, había habido muchas ocasiones en que, por orden del general, había firmado las órdenes de vuelo de las aeronaves, y que esto podría implicarme en los delitos cometidos.

Procedí a rehacer todas las órdenes de vuelo de las aeronaves que había firmado, y poniendo el sello del general, me acerqué a su oficina para que las firmara. Luego de un desagradable cambio de palabras, lo aceptó de mal grado.

Días después recibí una llamada de la guardia del campamento, comunicándome que me buscaba un tal señor Arias que venía de la ciudad de Juanjuí. Al acercarme a conversar con él, pregunté quién era.

Me dijo ser Oscar Arias, empresario comercial de la ciudad de Juanjuí, donde poseía varias tiendas, que era conocido como “el mago” y que era amigo del general Bellido y del comandante “Rodrigo”. Venía a hablarme sobre la denuncia judicial contra Luis López Aguilar, detenido en la intervención en Campanilla, y que en los próximos días sería llevado a juicio en un proceso que se realizaría en el juzgado de Juanjuí, acusado del delito de narcotráfico.

Me comentó que la operación sobre Campanilla había causado muchos problemas. Que la gente estaba preocupada y molesta.

Me solicitó que acudiera al juicio como testigo principal, y que debería negar que López Aguilar era la persona que me había intentado sobornar, y que me había equivocado de persona. Agregó, que, si aceptaba dar esa versión, a cambio me daría veinte mil dólares, diez mil ahora y los otros diez mil después del juicio. También me afirmó que el juez y el fiscal del caso ya estaban pagados y arreglados, y que sólo faltaba que yo aceptara.

Ante mi negativa y mi reacción airada me amenazó, diciéndome que tenía muy buenos amigos en el Ejército, que el general Bellido lo conocía, y que él, en sus tiendas y negocios invertía los dólares de muchos de ellos y de más gente poderosa, y que ya veríamos quien ganaba.

Ante estas amenazas procedí a detenerlo, y lo retuve en mi habitación, donde lo esposé a mi cama. Luego me dirigí a la oficina del general Bellido a quien informé de lo ocurrido.

Me respondió que era mi problema, que era una decisión que dependía de mí y de mi conciencia, y que no me olvidara que tenía familia. Le respondí que mi familia comía de mi trabajo, y que le presentaría un informe escrito. Me ordenó que soltara al detenido y que no tenía autoridad para hacer permanecer a un civil en un cuartel.

Inicialmente me negué a cumplir su orden, y le manifesté que remitiría a ese individuo a la policía y lo denunciaría por intentar sobornarme. Ante mi actitud, el general Bellido envío a un oficial a liberar a este individuo y que se retirara del cuartel.

Al día siguiente intenté conversar nuevamente con el general, quien me recibió, me escuchó, y luego me ordenó que me retirara. Luego me dirigí a la sección de personal e indagando, pude encontrar una citación judicial donde se me convocaba al juzgado para el juicio, pero extrañamente a pesar del tiempo transcurrido no se me había notificado.

Al día siguiente se me acercó el comandante “Rodrigo” quien me comentó sobre el tal Arias, sugiriéndome que aceptara su oferta. Callé y me retiré pues sabía que este oficial era de total confianza del general Bellido y que mis comentarios se los haría saber de inmediato.

Al día siguiente, casi a media mañana, se me ordenó por intermedio del comandante de logística, que preparara mis cosas, porque me iba cambiado a Lima por “necesidad del servicio”.

TEXTO TESTIMONIO DEL MAYOR EP. EVARISTO CASTILLO ESCRITO EN EL LIBRO “LA CONJURA DE LOS CORRUPTOS – NARCOTRAFICO”.